Te invito a leer el post anterior.
«Pasó aproximadamente una hora. En eso sale la doctora y nos llama. Y nos dice. –llévensela – o algo muy pero muy parecido, no recuerdo la expresión exacta. Y dijo: —Se sacó el suero y dice que se quiere ir…. Y hasta se orinó— , la Chiro seguía en estado de nerviosismo total, como alguien que está en un estado de shock -. Salimos a fuera del hospital y le pedí a Wilson que nos dejara solos. Pude calmarla, de a poco empezó a recuperar el ritmo normal de la respiración, lloraba, decía que ya estaba perdida que solo quería irse y dejarse abandonar, también me decía: — ¡Yo le pido y le pido a Dios, pero no me escucha! — me lo decía llorando. Pude calmarla»
Como acompañante también debemos estar preparados y actuar en pos del bienestar y seguridad de todos ante las situaciones que puedan llegar a tornarse peligrosas para la persona que está teniendo alguna crisis y quienes la rodean. En su libro, Gustavo dice: «En nuestro diálogo debemos mantenernos nivelados en un perfil bajo, incrementándolo hasta llegar a una práctica de igual a igual. En caso contrario, escucharemos no lo que la persona tiene para decir o aportar, sino lo que él quiere que nosotros escuchemos inmerso en un diálogo estructurado, coincidente con la relación cliente-proveedor establecida por el modelo vigente. No pudiendo, de esta manera, conocer su idiosincrasia, pensamientos, necesidades reales, aflicciones y sobre todo la manera en que esta persona evalúa su propia situación en el sistema establecido. Debemos evitar poner nuestra voz sobre la suya, y que esta quede callada».
Me pregunto, con bronca y con decepción: ¿A qué Dios veneramos los que vivimos cómodamente en nuestras casas, es acaso nuestra hipocresía la que cree que veneramos al Dios de los pobres?
Fuentes:
G. Reimondo, «Cuando los pobres nos llaman a la conversión», 2018
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