Desde que decidí doce años atrás salir a visitar a las familias y personas que viven en la calle en mi barrio, tuve en claro que había una gran falencia en la solidaridad ciudadana. Una ausencia en el cuidado espiritual y comunitario de estas familias. Con lo cual, después de hacer mi primera semana de rondas con escucha y charlas, percibí la gran carencia en dichos sentidos. Esto no implicó que, una vez consolidadas las relaciones afectivas y el conocimiento del entorno y las personas, también, obviamente según necesidad, hiciera mis colaboraciones en lo relacionado con las necesidades físicas. No como un proveedor, sino como un amigo. Relación que mucho más tarde, la familia de la calle me enseñaría lo que significaba, y su valor. Siempre hablamos de la espiritualidad de la cotidianeidad, el lenguaje vulgar, los abrazos, y el amor facilitador del autoconocimiento propio y el del amigo o amiga. Algunas personas religiosas eran críticas de mi perspectiva, dado que, para ellas, solo era posible una liberación por medio de la evangelización tradicional o con aspectos conservadores. Postura que se convierte en colonizadora, avasalladora y jerárquica.
Hace un tiempo en las visitaciones a mis amigxs de la calle me crucé con un señor que estaba revisando un tacho de basura en una esquina. Le ofrecí un café con leche, método que utilizo para establecer una relación.
Le dije: -Hola, ¿cómo estás? -, y él, en respuesta, me preguntó: – ¿Le tengo que contestar? ¿Para qué me pregunta? ¿No ve cómo estoy? -.
Mantuvimos una charla a la manera que me fue posible, recuerdo que tenía una especie de obsesión. En esos casos, trato de interpelar a las personas para que puedan abrir las charlas rompiendo con la idea fija que no permite cuestionarse o abrirse a un diálogo más amplio.
En su momento, logré hacerle un jaque mate a lo que él creía que era una verdad. Se quedó mudo. No sabía qué decirme. No recuerdo bien los detalles.
Unos días más tarde, lo crucé y lo vi en la misma situación. Le pregunté cómo estaba y me dijo lo mismo. Recordé entonces nuestra charla. Pero opté por escucharle, no por cerrarme a tratar de ponerle en duda. Me di cuenta de que en realidad, lo que él dice, y tanto le molesta obsesivamente, es que la solidaridad se ejerce sin comprender primero la historia o situación de la persona. Ponerse en la piel de la persona. Es básicamente la misma crítica que yo realizo a la sociedad y, trataremos de concientizar y cambiar por medio de Realidad Empoderada.
La misión del proyecto Realidad Empoderada es crear a través de la tecnología un contexto virtual donde los usuarios por medio de vivencias puedan concientizarse en la práctica responsable y transformadora de la solidaridad llevándola a la acción en su propia comunidad. Tenemos esperanza de que seremos capaces de generar con Realidad Empoderada el empoderamiento social solidario tan necesario para una sociedad justa.
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