Muchos años atrás, cuando comencé a caminar la calle, visitando a amigos y amigas en situación de calle, me encontraba con personas solitarias. Generalmente, ranchaban solas, o acompañados solamente en determinados momentos del día. Se consideraban diferentes a los demás, y su negación a un futuro distinto siempre estaba en sus charlas. Yo lo atribuía a una concepción conservadora, y quizás mi pensamiento quedaba en dicha respuesta. Un poco porque me veía forzado a trabajar con los grupos más comunitarios y de estructura horizontal.
Estas personas, solitarias, no gustan de juntarse con sus pares de calle, y sus charlas rondan en el despotricar a sus conocidos en situación de calle y lo mal que está el mundo. Tan mal que se ve como negro y sin posibilidades de ningún cambio.
Hoy, con un poco más de tiempo, y en otra etapa de acompañamiento a la familia de la calle, pude replantearme estos casos y también las posturas de aquellos amigos y amigas que al salir de la calle se sienten diferentes, superiores a quienes quedaron en esta. Cayendo en cierto individualismo y en copiar la solidaridad dominante. En una ayuda hacia los pobres y no desde o entre sus amigos y amigas de calle. No me refiero a que sigan viviendo en la calle, o compartiendo una vida de calle, sino como se ejerce la relación con el marginado, como un par, no desde arriba.
Uno de los nuevos problemas que he tenido en la familia de la calle, es que quienes salen, muchos de ellos y ellas, se consideran superiores. Tanto es así que pretenden superar a quienes le acompañan, negando su rol y el trabajo realizado sobre sus personas, tanto en los aspectos de las necesidades básicas como el acompañamiento.
Sigo trabajando con amigos y amigas que siguen en la calle, sobre todo en este último tiempo durante la pandemia. Mi sorpresa, o quizás imprevisión, fue que al tratar de incorporarlos a las actividades, quienes ya salieron de la calle, les acosaban con preguntas incisivas, o indicaciones de lo que debían hacer, inclusive tomando posturas humillantes conscientes o inconscientes. Situaciones que nunca tuvieron como ejemplo en mi acompañamiento.
Todo ello me llevó a una profunda reflexión y a la meditación de un cambio en mi rol y en las actividades llevadas adelante.
Voy a citar a Ignacio Martín Baró, psicólogo, filósofo y teólogo, quien inició el movimiento de la psicología de la liberación. Asesinado en El Salvador por el ejército junto con otros sacerdotes jesuitas en la década de los 80´s.
“Uno de los puntos cruciales para la eliminación del fatalismo radica en la organización social de las mayorías populares en función de sus propios intereses. Sólo de esta manera se superará el individualismo: es decir, la concepción de que cada cual debe confrontar aisladamente sus condiciones de vida, de que el éxito o fracaso es algo que solo concierne a cada individuo en particular, tener el destino de uno tenga relación alguna con el destino de los demás. La organización popular supone la conciencia de que existe la comunidad de intereses entre todos los miembros oprimidos y de que la inmutabilidad de su mundo es debida, en buena medida, a su división y aislamiento individualista.”
Ignacio Martín Baró, “Psicología de la liberación”, Capítulo: “El latino Indolente”
El trabajo de Ignacio me permitió reabrir conclusiones cerradas, y replantear un nuevo rumbo basado en la educación de referentes. Dado que por sí mismos, muchos de ellos, no pueden escapar de una visión comunitaria y no supremacista.
Actualmente, estoy replanteándome esta nueva etapa, y en la praxis comenzó compartiendo con algunos y algunas determinadas reflexiones. Está bueno, porque comencé a recibir reflexiones escritas en contrapartida, e intercambios de pensamientos.
Hoy les compartí esta reflexión… veremos qué pasa. Ya alguien contesto que se tomaría su tiempo para reflexionarla.
El pesimismo
Nuestra cultura tiene mucho de pesimismo, es decir, de tener una idea de que el futuro no puede cambiarse. Que no tiene solución por más que hagamos lo que hagamos. Por ejemplo, que los ricos siempre van a ser ricos y los pobres siempre pobres, y nunca va a cambiar, unos arriba y otros abajo. O que siempre estaremos en la marginación y los que tienen siempre tendrán, y nosotros no. O por ejemplo, que los alcohólicos no pueden curarse y todo va a ser igual, y hay que aceptarlo, cuando no lo es. Una manera de auto engañarse, para no querer cambiar nada, o sacar provecho de las oportunidades sin pensar en las consecuencias para los demás. Total, nada va a cambiar. Total, yo me salvo, y bien solo. Hago lo mismos que los explotadores y listo. Los que piensan en sí mismos.
Esos pensamientos están en la mayoría de los sectores de la sociedad. Es muy conveniente para que todo siga igual, para solo pensar en sí mismos, y que solo saquen ventaja los vivos y los poderosos. Lo peor de todo es que las personas que piensan así, se convencen de que no pueden cambiar nada, que no pueden transformar (hacer distinta) la realidad, que no hay futuro. No se ven capaces de HACER HISTORIA. Sí, historia, como los héroes que tanto estudiamos o escuchamos sus logros por la sociedad, su gente o su país.
Los sectores marginados y pobres necesitan de esperanza, para saber que todos juntos tienen la fuerza para oponerse a aceptar una realidad injusta. Que puede y debe ser cambiada, entre todxs.
Esa esperanza debe concientizar que es necesario estar todos juntos y reconocer como es la sociedad para los que no tienen posibilidades. Reconocer la injusticia y las desventajas alas que se les somete y obliga.
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